A los 11 años, Jacqueline Chanel fue abandonada por su madre en la puerta de una iglesia. Un hecho que marcaría la vida de esta transexual de 56 años que acaba de ser consagrada pastora evangélica y ha fundado la primera iglesia trans de Brasil.
Este reconocimiento le llega después de años de rechazo sistemático que comenzó en su propia familia, en la amazónica ciudad de Belém, estado de Pará. “Mi madre ya percibía que yo era una persona afeminada y no quería tener problemas conmigo. Fue desesperante”, recuerda en una conversación con RT.
El pastor de aquella iglesia la acogió como a una hija y ella llegó a considerarlo un padre. Durante años vivió en el templo, donde ayudaba en diversas tareas, iba a la escuela y por primera vez se sintió “cuidada y protegida”. Pero a los 19 años, la vida volvió a darle un revés cuando el religioso fue asesinado a tiros.
La muerte de quien fue su mentor empujó a Jaqueline a pedir ayuda a su familia, que la volvió a rechazar. Se alquiló un pequeño estudio y, formada en administración y empresa, trabajó en varias compañías, pero su aspecto siempre suponía un problema y terminaba por ser despedida.
A los 23 años comenzó su transición de género y cinco años después se marchó a Sao Paulo, la ciudad más grande de Brasil, con la idea de encontrar un entorno con menos prejuicios.
“Fue incluso peor. Llegué a ser expulsada de la Iglesia Universal”, rememora la entrevistada en referencia a la congregación fundada en 1977 por el brasileño Edir Macedo, dueño de la cadena de la multimillonaria televisión RecordTV.
Alejada del mundo empresarial, Jaqueline trabajó en salones de belleza y en ningún momento abandonó su fe. “Cuando estaba en el fondo de la iglesia, se pensaban que era una mujer, pero al acercarme me identificaban como a un travesti e inmediatamente era marginada. Hace 20 años toda esta cuestión era muy fuerte. Sufrí mucho por el rechazo de la iglesia”, relata.
Brasil es considerado el país más mortal para las personas trans en el mundo. Solo en 2020, 175 transexuales fueron asesinados, lo que supone una muerte cada dos días.
Incluso en la actualidad la vida de una transexual en Brasil está muy lejos de ser un camino de rosas. El gigante latinoamericano es considerado el país más mortal para las personas trans en el mundo. Solo en 2020, 175 transexuales fueron asesinados, lo que supone una muerte cada dos días, según datos de la Asociación Nacional de Travestis y Transexuales (Antra), que no cuenta con cifras oficiales, por lo que considera que los números deben ser mucho mayores.
Un 56 % de las víctimas tenía entre 15 y 29 años y un 47 % de los crímenes fue a golpes o por disparos en partes específicas del cuerpo como cara, cabeza, senos o genitales. La ciudad de Sao Paulo lidera los asesinatos de esta comunidad con 29 de los homicidios.
Proyecto inclusivo
Jaqueline encontró hace diez años un lugar donde expresar su fe en una iglesia inclusiva –templos en los que se aceptan principalmente a homosexuales–, pero entre los 300 feligreses solo había dos travestis. “Sentí injusto que mi comunidad no estuviese incluida”, comenta.
Tras muchos vaivenes, creó el Proyecto Séforas –nombre que hace referencia a la mujer de Moisés en la Biblia–, que cobija a transexuales y travestis rechazados en otras iglesias. Esta iniciativa la desarrolla actualmente en la Iglesia de Comunidad Metropolitana (ICM). Fundada en 1968 en EE.UU por el pastor gay Troy Perry, la ICM acoge a feligreses LGBT y cuenta con representación en casi 40 países.
Séforas llegó a reunir a cerca de 200 mujeres, la mayoría prostitutas y en situación de vulnerabilidad. La asociación Antra alerta de que sin oportunidades de empleo o educación, el 90 % de trans de Brasil encuentra en la prostitución la única vía para sobrevivir.
Como la mayoría de trans y travestis que acudían a los encuentros de Séforas lo hacían hambrientas, con su propio dinero, Jaqueline comenzó a prepararles comidas y ofrecerles un espacio donde darse un baño y cambiarse de ropa. Los jueves, esta militante por los derechos de su comunidad se lanzaba a repartir marmitas a las personas de la calle.
En Brasil la esperanza de vida de una personas trans es de 35 años, menos de la mitad que la media nacional que es de 75 años.
Hasta que llegó la pandemia y las restricciones de movilidad. La iglesia cerró y con ella Séforas. Pero Jaqueline siguió distribuyendo, junto a un grupo de voluntarios, comida en la calle. El dinero escaseaba así que puso en marcha un crowdfunding para conseguir ayuda.
Por el trabajo llevado a cabo en los últimos 10 años y, en especial, durante la pandemia, su iglesia no solo la consagró como pastora, sino que también le otorgó un ministerio independiente para continuar con su labor.
“Es un premio por todo lo que he vivido y por ese trabajo volcado en la inclusión y acogida de mi comunidad que vive en la vulnerabilidad. La mayoría ha sido expulsada de casa, de su fe y demonizada por las iglesias tradicionales”, comenta Jaqueline, para quien en esta lucha tienen que ir de la mano “religión, militancia y trabajo social”.
“Es inaceptable ver niñas expulsadas de sus casas, volcadas en la prostitución, drogadas, pasando hambre. Niñas que no merecen pasar por eso y que desgraciadamente retratan lo que las familias les pueden llegar a hacer. Las empujan a las calles donde viven en la marginalidad”, lamenta.
La pastora, que vive en una vivienda ocupada y durante la pandemia perdió su empleo, hace un llamamiento para cambiar la realidad de su comunidad. “Hay que darles trabajo para que tengan un mínimo de dignidad. La religión también forma parte de todo esto. Es un derecho que perdimos durante nuestra infancia y debemos recuperarlo”, reitera.
En Brasil la esperanza de vida de una personas trans es de 35 años, menos de la mitad que la media nacional que es de 75 años. El año pasado, 23 trans se quitaron la vida.
Fuente RT
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