LA POLÍTICA, LAS PANDEMIAS Y LA VIDA COTIDIANA PUEDEN CAUSAR SENTIMIENTOS NEGATIVOS. EN ESTOS TIEMPOS, SIMPLEMENTE LOS ACEPTO.
La ansiedad ha sido mi compañera constante desde que tengo memoria. Mis recuerdos más antiguos son de una preocupación intensa, por ejemplo, cuando mis padres salían a disfrutar de una velada, estaba segura de que jamás regresarían, o cada que me daba un resfriado, creía que era el principio de una enfermedad mortal. Cuando ya era adulta joven, me mordía las uñas hasta el hiponiquio preocupada por una situación financiera o repasaba una conversación en mi mente a la mitad de la noche. He acudido a más terapeutas de los que puedo recordar, he leído libros sobre la ansiedad y he llenado montones de tablas para intentar identificar mis “distorsiones cognitivas” y modificarlas de manera que pudiera comenzar a pensar de manera racional.
El problema es que nunca comencé a pensar de manera muy racional. La ansiedad es inherentemente irracional —lidia con las peores situaciones imaginables y el “¿qué pasaría si… ?”— y por ello, para mí, no respondió al entrenamiento de mi mente. De hecho, hubo momentos en que la terapia cognitiva conductual parecía hacer que mi ansiedad empeorara: me avergonzaba no ser capaz de responder de manera racional a los pensamientos generados por mi trastorno de ansiedad generalizada, el diagnóstico que me dieron cuando cursaba el primer año de universidad. Un terapeuta me recomendó que cada vez que me sintiera ansiosa, me parara de la silla en el trabajo y “encaminara” mi ansiedad hacia afuera del cubículo. Después de una hora de “encaminarla” hacia afuera cada ciertos minutos, me di cuenta de que no podía seguir así. Necesitaba algo nuevo.
Así que, hace alrededor de un año, comencé a ir con una nueva terapeuta. Julie, una consejera de pelo canoso que viste ropa de Eileen Fisher, tiene su consultorio en una casa antigua en un pueblo cercano al mío. Le conté sobre mi lucha de toda la vida contra la ansiedad, y en lugar de darme tablas que llenar o libros que leer, me invitó a sentarme con mis sentimientos dolorosos. “Invitar” y “sentarse con” son frases que usa con mucha frecuencia. Julie practica una forma de terapia de aceptación y compromiso (ACT, por su sigla en inglés) que ayuda a los pacientes a reconocer que, en ocasiones, reaccionan en exceso a sentimientos desagradables, a ver que estos son solo sentimientos —no la realidad— y a aceptar que ciertas partes de la vida son difíciles y eso está bien.
La ACT, que fue desarrollada en la década de los ochenta y desde entonces ha ganado una amplia aceptación, no se opone a las intervenciones cognitivas o conductuales, de hecho, son componentes muy importantes de esta técnica. Sin embargo, no indica que necesitemos modificar los pensamientos que se acumulan y nos causan dolor. En cambio, dice que los sentimientos negativos son una parte inevitable de la vida, y que la mejor manera de lidiar con ellos es aceptarlos, aprender de ellos y, después, actuar en congruencia con nuestras metas generales de vida.
La idea de poder aceptar mi ansiedad —en lugar de intentar deshacerme de ella— fue revolucionaria para mí. Además, mi manera de hacerlo —reconocerla cuando la veo y decir algo como: “Acepto este pensamiento de ansiedad”, o tal vez incluso usar mi imaginación para invitarla a quedarse a tomar un té, y después decirle que necesito pasar a otra cosa— ha sido más útil de lo que pude haber imaginado cuando comencé a ver a Julie. Mi ansiedad ciertamente no se ha ido, pero su control sobre mí se ha relajado de manera significativa desde que descubrí la idea de la aceptación. Es tan ilógico darle entada a aquello que me hiere, pero resulta que entablar una amistad con mi temor en realidad ha causado que su voz se suavice.
He comenzado a llamar a mi ansiedad por el nombre de Susan. Ella va casi a todos lados conmigo, y a pesar de que tiene buenas intenciones, simplemente es demasiado escandalosa y se preocupa demasiado por todo. Así que le agradezco por cuidarme, y después trato de seguir con mi día a sabiendas de que volverá a aparecerse, y que ya no necesito encaminarla hacia afuera de mi cubículo. Puede quedarse.
Vivimos en una época en la que la ansiedad es un problema de salud mental de proporciones épicas. La Asociación de Ansiedad y Depresión de Estados Unidos estima que cada año, cuarenta millones de adultos lidian con el trastorno de ansiedad; sin embargo, solo el 37 por ciento de ellos reciben un tratamiento de cualquier tipo. Eso significa que millones de adultos viven con ansiedad en Estados Unidos, ¿y cómo no sentirla? Dada la volatilidad y crueldad del actual gobierno, la incertidumbre de la próxima elección y una pandemia global que llega a nuestras costas, hay muchas cosas por las cuales sentirnos ansiosos. Incluso aquellos que no han recibido el diagnóstico formal de ansiedad, de pronto podrían sentirse temerosos, con una nube de miedo siguiéndolos por doquier.
Así que tenemos dos opciones: podemos luchar contra la ansiedad, y quedarnos atrapados en un ciclo de intentar responder a nuestros pensamientos de temor con un razonamiento que tal vez nunca seremos capaces de comprender, o simplemente podemos aceptar nuestra ansiedad como parte de la vida, así como aceptamos el clima. Viene y va, y para muchos de nosotros, cuanto más intentamos alejarla, con más fuerza regresa y logra filtrarse en nuestros argumentos racionales.
Aceptar nuestra ansiedad no significa que su enfoque no sea válido, existen muchas razones personales, políticas y globales para preocuparnos ahora. Sin embargo, esto significa que no queremos que la ansiedad sea la solución a nuestros problemas. En cambio, queremos mantenernos tan tranquilos como sea posible para ser capaces de activar nuestros cerebros racionales. Queremos ahorrar nuestra energía para enfocarnos en los temas importantes de nuestras vidas, en lugar de desperdiciarla en pensamientos incesantes que invaden nuestra mente.
Desearía tanto haber aprendido este mecanismo de asimilación mucho antes en mi vida. Pienso en todas las preocupaciones que me pude haber evitado de no haber gastado mi energía en tratar de combatir mi ansiedad. Sin embargo, estoy agradecida de que ahora sé que puedo aceptarla tal como es, sin intentar cambiarla. Hay una sanación en ello. Ahora, cuando Susan toca a mi puerta, la dejo entrar y la invito a sentarse. Le digo que se quede durante un rato. Aquí es bienvenida.
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