Nueva York .- Que la profesión de sanitario está repleta de historias heroicas no se le escapa a nadie a estas alturas. Una de ellas fue la que protagonizó el doctor Perry Kendall y su equipo, que le ganaron el 2003 una batalla al primer coronavirus mortal, el SARS, y hoy avisa: “La única vía para frenar el nuevo coronavirus en la inmunización”.
En los primeros meses de 2003, Kendall , entonces responsable de seguridad sanitaria de la Columbia Británica, fue el único en parar la extensión del SARS, el primer coronavirus mortal que saltó la barrera entre especies hasta los humanos, de un infectado chino en Hong Kong conocido como el “paciente cero” en Canadá.
“En aquel entonces conseguimos empujar a ese nuevo coronavirus de vuelta al reino animal, en el caso del SARS-CoV-2 (o COVID-19) eso no va a ser posible, se va a convertir en endémico y la única vía para frenarlo será la inmunización”, explica Kendall en entrevista con Efe desde Vancouver.
Este doctor, especializado en epidemiología y seguridad sanitaria y que se ha enfrentado también a la gripe porcina (2009) o la fatídica adicción a los opiáceos, fue protagonista sin esperarlo de uno de los episodios más truculentos de la epidemia del SARS, que mató a casi 800 personas en todo el mundo.
Fue uno de los que contuvo con éxito el virus en un contagiado en la planta 9 del hotel Metropole de Hong Kong, una bomba biológica que supuso el primer foco de extensión del SARS internacionalmente.
“Una de nuestras investigadoras, la doctora Danuta Skowronski del Centro del Control de Enfermedades, se percató temprano de informaciones sobre una neumonía de origen desconocido en el sur de China y estábamos preparados en caso de ver algo sospechoso”, recuerda Kendall.
Cuando Kendall y su equipo supieron que un paciente de 55 años había llegado desde Hong Kong mostrando síntomas de aquella extraña nueva enfermedad lo aislaron inmediatamente y consiguieron que se recuperara sin infectar a nadie más.
“No lo dejamos en una sala de espera de urgencias y fue aislado inmediatamente”, recuerda, a la vez que pone en relieve la importancia de la transparencia de la información ante epidemias.
Uno de los huéspedes del Metropole, el doctor Liu Jianlun, que investigó los primeros casos de la epidemia en la provincia de Guangdong, se hospedó en ese hotel un solo día, pero todos aquellos que pasaron por el pasillo por donde él caminó esa noche se infectaron, algunos fallecieron en menos de dos semanas y fueron el origen de unas 4.000 infecciones.
Nadie sabe realmente qué pasó, pero el SARS, una enfermedad tres veces más mortífera que el COVID-19, se extendió entre 17 vecinos del doctor Liu Jianlun, de 64 años. Algunos de ellos, como el paciente que trató el doctor Kendall en Vancouver, viajaron al exterior llevando la epidemia más allá de China y Hong Kong.
“Aquel coronavirus era mucho más virulento, por lo que era más fácil de detectar y conseguimos que no saliera de los hospitales”, detalla Kendall sobre la paradoja del SARS-CoV-2, que al ser menos grave pasa desapercibido y es más contagioso.
En su opinión, esa es la gran diferencia entre el SARS-CoV y el SARS-CoV-2, ya que en esta ocasión, al contrario de lo que pasó en 2003, las autoridades chinas fueron más rápidas y transparentes que en el pasado.
“La huella genética del virus indica que la autoridades chinas lo detectaron en el comienzo y no llevaba mucho tiempo circulando en la población”, apunta.
“El aislamiento social no es la única receta, también es necesario hacer pruebas rápido y reforzar los hospitales”, indica Kendall, quien recuerda que al igual que con el SARS es el personal médico el que sufre en gran parte el envite de enfermedades víricas difíciles de contener.
«Es importante tratar a toda la gente posible de manera virtual y que las personas sospechosas de tener la enfermedad se comuniquen con el médico con antelación. Hay que apoyar a las familias (del personal sanitario) y reconocer el estrés al que se enfrentan», añade.
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