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Tres mujeres, tres hijos y una familia por donación de óvulos

Silvina Steimbaum (de pie) con su hijo Joaquín, Andrea Russo y Simona, su hija, y Mariela Ávila en la casa de la segunda, el 20 de marzo en las afueras de Buenos Aires.


Los óvulos congelados de una de ellas cumplió el sueño de otras dos amigas argentina de quedar embarazadas


Esta historia es sobre tres mujeres que no se conocían, una fertilización y el destino que las unió en un mismo deseo de ser madres. Embarazos perdidos, tratamientos malogrados y mucho dolor al final de cada uno de esos intentos, cuando el diagnóstico llegaba en forma de oráculo: ”Tus óvulos ya no sirven”. Andrea Russo, Silvina Steinbaum y Mariela Ávila se sintieron abatidas, pero no se dieron por vencidas. Pensaron en la adopción, pero quedaban en los últimos lugares de las listas de espera por la edad y por estar solteras. Las tres habían tenido parejas y algún proyecto de familia, pero no prosperaron y esta decisión la estaban tomando rodeadas de amigos y familiares que habían prometido acompañarlas.

Pero vayamos al principio de esta historia. Andrea Russo fue la piedra fundamental cuando, en 2013, aceptó que tenía que recurrir a una fertilización asistida con donantes anónimos. “Ya había perdido cinco embarazos y fue muy traumático. Hice el intento de adoptar, pero ya no tenía tiempo para esperar. Yo quería sentir un hijo en mi cuerpo y, una vez pasado el duelo de que no llevaría mi ADN, todo lo demás es felicidad”, explica. En octubre de 2013 nació su hija Simona. “Tuve un embarazo hermoso. Guardo los recuerdos de cada día, desde que recibí el resultado positivo hasta hoy. Están escritos en un diario que alguna vez ella leerá”, agrega.

De la fertilización resultaron cinco embriones: dos le fueron transferidos a Andrea y los tres restantes, congelados. Este procedimiento se hace para evitar embarazos múltiples y para tener la posibilidad de hacer otros intentos, en caso de que el primero fracase. En Argentina hay alrededor de 50.000 embriones crioconservados, de acuerdo a la Sociedad Argentina de Medicina Reproductiva. No hay registros oficiales de sus inscripciones porque el tema se encuentra inmerso en un vacío legal que no ha sido resuelto hasta hoy.

El debate se tornó filosófico, aunque el Código Civil argentino establece claramente que el embrión no es persona hasta ser transferido al útero materno. También la Ley de Reproducción Asistida lo resuelve al permitir la crioconservación y donación con fines reproductivos, pero delega la regulación en una futura ley que está paralizada en el Congreso. “El proyecto multipartidario de 2019 está escrito de acuerdo a la experiencia internacional. Sin esa ley, hay un vacío legal que genera conflictividad, mientras que los particulares ejercen derechos y generan jurisprudencia”, explica la legisladora Carla Carrizo, integrante de la comisión redactora de la Ley de Protección de Embriones no Implantados.

Cuando Simona tenía cinco años, Andrea conoció a Silvina Steinbaum en un proyecto de trabajo. Se hicieron amigas y eso les permitió hablar de temas más íntimos. “Una tarde, nos fuimos a tomar algo y me contó sus intentos de quedar embarazada. Cuando la escuchaba, pensé en los embriones que estaban congelados en el centro médico. Siempre pensaba en ellos, en su destino, en qué debería hacer. No quería tener más hijos y no había solución porque no hay ley que regule este tema. Sentí una alegría enorme cuando le ofrecí donárselos”. Silvina se desconcertó, como tanta gente que desconoce la posibilidad de embriodonación. “¿Es legal? .¿Se puede hacer? “, me preguntaba. Lloró de emoción y se fue a su casa. Me llamó al otro día para empezar los trámites cuando yo estuviera lista”, recuerda Andrea, con emoción.

La donación se realizó mediante escribano público. En enero de 2019, Silvina recibió dos de los tres embriones donados por Andrea. Uno sólo permaneció crioconservado. En septiembre nació Joaquín. “Me lo pusieron sobre la piel y sentí una paz inmensa. Tenía la sensación de que había cumplido un deseo muy soñado. La dependencia del ciclo biológico termina siendo cruel y la embriodonación se convirtió en un milagro para mí. Me gustaría que toda la gente sepa de esta alternativa para quienes no pueden tener hijos, porque no se habla en ningún lado y los centros médicos no lo ofrecen”, resalta Silvina, mientras Joaquín juega con su cabello.

Andrea y ella acordaron que sus hijos tendrían un vínculo de hermanos y sabrían la verdad de su origen desde el primer momento. Asesoradas por profesionales, les van contando su historia con cuentos y fotos. Se reúnen con frecuencia, han pasado vacaciones juntas y acordaron que si sus hijos quieren averiguar su origen biológico tendrán todo a su alcance para hacerlo. El proyecto de ley, aún sin debatir, prevé un registro oficial (hoy sólo hay registros particulares en cada centro médico y, si estos cierran, la información se pierde) donde queden asentados los datos de filiación biológica para que los niños, en su mayoría de edad, puedan consultarlos.

Pero la historia de Andrea y Silvina no termina aquí. En 2020, en plena cuarentena, Silvina recibió el llamado de Mariela Ávila, una docente que conoció su historia por un amigo en común y se dio cuenta de que a los 47 años su deseo de maternidad seguía latente. Silvina la convenció enseguida, le dio seguridad y sintió que donar el embrión que conservaba era prolongar esta cadena de amor entre mujeres que habían pasado por una experiencia de fracasos que sólo ellas entendían. “Yo estaba resignada, no quería esperanzarme con nada. Cuando hablé con Silvina y me dijo que podría donarme el embrión inmediatamente, temblé, me reí y, por primera vez en muchos años, me emocioné. En lo único en que pensaba, hasta reunirme con ella, era en que no se arrepintiera” , dice Mariela Ávila. En pocos días nacerá Aída. “Ahora que la siento moverse dentro mío, me di cuenta de lo mucho que deseaba y necesitaba sentir esto. Yo pensé que ya nunca lo iba vivir.”, agrega.

Joaquín, hijo de Silvina Steimbaum, y Sofía, hija de Andrea Russo, en una fotografía del 20 de marzo de 2021.
Joaquín, hijo de Silvina Steimbaum, y Sofía, hija de Andrea Russo, en una fotografía del 20 de marzo de 2021.TERESA SOFÍA BUSCAGLIA

La doctora Ester Szlit Feldman fue la encargada de atender a las tres madres. Reconocida especialista en tratamientos de fertilización en Argentina, no deja de sorprenderse con las posibilidades que abre su especialidad. “El de las chicas es un caso único en toda mi carrera, demuestra lo importante que es pensar en los otros. El vínculo de hermanos que están generando entre los chicos es un ejemplo de solidaridad.”, dice Feldman.

La médica fue una de las redactoras de la Ley de Reproducción Asistida y resalta con emoción su alcance gratuito y universal, pero lamenta que sea muy bajo el porcentaje de gente que acepte donar sus embriones. De acuerdo a su experiencia, la mayoría los abandona en los centros de fertilización porque los consideran sus hijos y algunos hasta temen al fantasma de la consanguinidad. “La ley solucionaría este tema porque abre la posibilidad de donar con fines científicos, además de reproductivos”, dice la diputada Carla Carrizo. ”También establece un plazo máximo de 10 años de crioconservación y ofrece el derecho a cesar su conservación. Hoy no se hace nada de esto porque no hay quien lo regule y todo está en manos de los centros médicos, que tampoco deciden nada y siguen conservando miles de embriones abandonados y sin destino”, explica Carrizo.

Andrea, Silvina y Mariela tienen un grupo de WhatsApp en el que se envían fotos, noticias y coordinan sus encuentros. En poco tiempo, Aída también formará parte de esta nueva forma de familia.

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