En Lorgio Vaca encontraremos sintetizada una sabiduría que combina el conocimiento de las antiguas tecnologías autóctonas con los saberes de la tecnología moderna que llegaron con la colonización, y que hasta el día de hoy continúan renovándose y transformando nuestros modos de vivir, como es el caso de los celulares y las tecnologías de comunicación.
Lorgio es también uno de los abanderados en Bolivia en fomentar una vieja tecnología de comunicación: los murales. Desde que lo conocí el año 2016, me compartió una visión sobre los murales en tanto que aparatos de contra-información, es decir, como pantallas donde se imprime un mensaje duradero que le habla al gran público, en espacios abiertos y públicos, de una visión que resiste a la invasión del lenguaje publicitario comercial en nuestras calles y en nuestras paredes, buscando quedarse y dialogar con las siguientes generaciones como testimonio silente.
El asunto de los murales en espacios abiertos para Santa Cruz tenía que ver con la duración, cómo asegurar la preservación de los materiales y los colores que lo componían frente a unas condiciones climáticas agresivas. Aquí es donde entra la pericia y la importancia de la parte técnica: Lorgio reunió los saberes de los indígenas del oriente, particularmente de los guaraníes y los guarayos. De su aproximación al entendimiento de los materiales y el diálogo que mantienen con ellos, en tanto que cosas vivas: el hombre tiene una idea, pero es con la manipulación con los materiales que termina de saber cuánto será posible de la idea, qué desvíos y rutas inesperadas irán surgiendo.
Por ello, Lorgio no se presenta como un intelectual, sino como un ser sensible ante todo, que piensa con las manos, con el cuerpo, con sus bailes; en la mano se encuentra una antena poderosa, que se funde con los materiales en el acto de moldear la arcilla, determinar los tamaños, hacer las bolitas y arrojarlas contra el plano de trabajo, donde se irán dibujando las figuras en relieve.
Se trata de una larga travesía que inició en 1954. Del lienzo y la pintura de caballete pasó a explorar en el mural pintado en concreto dentro de instituciones, después conoció el trabajo con mosaicos cerámicos en Perú, y finalmente avanzó hacía el relieve cerámico policromado y vidriado. Ésta última era la fórmula para lograr unos cuadros en las paredes que combinaban pintura con cerámica y escultura, resistentes al embate de la humedad, el calor, viento, polvo, lluvia y otros.
Pocos deben recordar que cuando Lorgio empezó a trabajar su primer mural en espacios de exteriores –en el Parque El Arenal en Santa Cruz–, no existían en el departamento los hornos industriales que se requerían para alcanzar las altas temperaturas (mayores a 1100 grados centígrados), por otro lado importar los mosaicos del exterior resultaba extremadamente costoso, de modo que se lanzó junto a sus talentosos ayudantes a la aventura de producir los mosaicos cerámicos por ellos mismos, echando mano de hornos todavía rudimentarios que estaban en la empresa Gladymar, de su amigo y cómplice infaltable en su biografía, el empresario Cristóbal Rodas, un hombre de negocios de otra cepa, que vibraba en una frecuencia cercana. Aquello ocurrió en 1970-71, la vida en el país era completamente otra, en el amanecer de una década donde se impondría la dictadura militar, Santa Cruz de la Sierra recién comenzaba a tomar su forma urbana y planimetría gracias a la inversión en obras civiles que resultó del impuesto del 11% de hidrocarburos que fue reivindicado para el departamento.
Por todo ello, cuando asistí el pasado 23 de marzo por la noche a la plazuela del barrio Las Palmas, donde se inauguró el nuevo mural en relieve cerámico y vidriado que Lorgio Vaca y sus colaboradores crearon, me sentí muy emocionado y orgulloso de mi amigo muralista. El nuevo mural, de 4×10 metros de superficie, mantiene los rasgos que Lorgio busca resaltar en sus obras de arte público: la alegría policromática, los símbolos locales que narran la fuerza y valentía de la tierra cruceña y amazónica, los animales ligados a la imagen del trabajo o del puente entre ciudad y lo rural. Y si se trata de una figura, como en este caso Osvaldo Monasterio, incluir también a su mujer, la Sra. Lesme Nieme, como hiciera en otro mural donde homenajea a Pedro Rivero, y elige retratarlo junto a su esposa (mural que se encuentra en la entrada al Edificio del diario El Deber).
Nadie extraña lo que todavía no se ha creado; y cuando algo se está creando, pocos le brindan el interés que cabría. Lorgio trabajó durante largos meses junto a sus valientes colaboradores a la sombra del olvido, resistiendo a los embates del conflicto político de octubre del 2019 y después privado de muchas cosas durante la pandemia desde el 2020. Cuando no tenían agua para trabajar, los colaboradores la arriaban en baldes desde la casa de algún vecino amigo a dos cuadras; o cuando les robaron su instrumental del contenedor que tenían en un rincón de la plazuela, se dieron formas para volver a conseguirlo todo.
A sus 90 años, cuando ya nadie podría esperar ni pedirle que continúe realizando obras monumentales en exteriores, Lorgio seguía enganchado con la existencia a través del sagrado rito del trabajo, que para él es algo que dota al ser humano de vitalidad y de salud. ¿Cuándo se jubiló este hombre de 90 años, de estatura mediana y complexión ágil? Nunca, que se sepa. Porque trabajo es una categoría que no se puede confundir con empleo o con medios de subsistencia. Trabajo es una categoría que explica una voluntad de tender hacia la realización de una potencia de ser, la continuidad de un proyecto vital que se construye durante una vida.
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