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Algarabía, sangre, plumas y apuestas vuelven a las galleras dominicanas


 Santo Domingo.- Unos pocos minutos de pelea hacen desbordar la emoción de los asistentes. Mientras la sangre salpica el suelo y el aire se llena de plumas las apuestas en las gradas son casi parte del espectáculo que se vuelve a vivir en las galleras dominicanas tras más de un año de cierre a causa de la covid-19.

Con el aforo al 20 % de su capacidad y un estricto cumplimiento de las medidas frente al coronavirus, el Coliseo Gallístico de Santo Domingo inaugura la vuelta a la actividad con solo unos pocos socios privilegiados que van a ver luchar a muerte a los pequeños gladiadores emplumados y cacareantes que son los gallos de pelea.

EL REGOCIJO DE LOS ASISTENTES

Aun con el aforo tan reducido, el griterío y los cacareos apenas permiten escuchar a José Brito cuando expresa a Efe su satisfacción por poder estar «jugando gallos otra vez», aunque sea con una exigua concurrencia: «Había que abrir ya porque esto es una necesidad. El jugar gallos es algo que llevamos en la sangre» los dominicanos.

«Gracias a Dios ya estamos en lo que nos gusta y de lo que vivimos. Hay muchas familias que dependen de esto, era ya tiempo de que abrieran», dice por su parte William Valdés, administrador de una traba, donde crían, ponen a prueba y echan gallos a pelear. Lleva este año y pico «aguantando picás», como se dice en el argot.

Las pérdidas económicas han sido cuantiosas porque «en esto hay mucho dinero», señala a Efe, aunque no ofrece (ni él ni ningún otro) una cifra de cuánto dinero puede llegar a moverse en una tarde como esta, en la que se celebran 30 peleas. En los tiempos previos a la pandemia podían llegar a celebrarse el doble de combates.

LAS APUESTAS

El caso es que en el graderío el dinero cambia de manos casi tan rápido como los «espuelazos» que se propinan los gallos, las apuestas son vertiginosas y para un advenedizo se hace imposible descifrar las señas que se hacen los apostadores, que se desgañitan y hacen grandes aspavientos, sufriendo por los «cuartos» que se han jugado.

A un gallero que exhibe un enorme fajo de billetes se le intuye una sonrisa bajo la mascarilla, es evidente que los envites se le han dado bien. Y no solo él gana, «de esto se sostienen muchas familias», pero se ha dado prioridad a otras actividades, como al béisbol o los bares y los fanáticos estaban ávidos de peleas.

Mientras la tribuna grita a pleno pulmón, en la parte superior de las instalaciones preparan a los gallos, que aguardan en cubículos a la vista del público, aunque totalmente ajenos al combate que se desarrolla en la arena (en este caso, césped artificial).

Cuando llega su turno, una suerte de pequeño teleférico para pollos lleva a un par de ejemplares desde ahí hasta el ruedo, donde los «soltadores» los pesan y les hacen una «prueba de actitud» que muchas veces se lleva a cabo mientras un par de trabajadores se afanan en limpiar la sangre y aspirar las plumas de la pelea anterior, dando cierta sensación de asepsia.

Cuando uno de los gallos deja fuera de combate al otro, el maestro de ceremonias pide que se lleven a ambos ejemplares; vencedor y vencido (no siempre cadáver), salen de escena en una misma bolsa de lona roja con dos compartimentos mientras en las tribunas cuentan billetes.

Y así, una tras otra, se suceden las peleas de gallos que, hasta el confinamiento, proporcionaban trabajo a unas 250.000 personas, tanto en las más de 2.000 galleras registradas en el país como en las actividades relacionadas con este deporte que tanto apasiona a los dominicanos.

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