Rellenador de encendedores, limpiador de calderos o reparador de paraguas y anteojos son oficios que perviven en Cuba, donde por la escasez crónica y el desabastecimiento, reponer lo que se gasta o se rompe no es una opción.
Omnipresentes en cualquier calle de la isla, unos pregonan sus servicios de cuadra en cuadra en bicicleta o carrito y otros sacan el taller a la puerta de su casa, pero todos tienen algo en común: la clientela no les falta, porque en la isla no se tira nada.
Luis García tiene 59 años. Desde hace quince se dedica a limpiar y devolver su esplendor a calderos, ollas y sartenes tan ennegrecidos y cubiertos de capas y capas de residuos que en cualquier otro país habrían ido directos al vertedero.
Pero no aquí. En el patio interior de una vieja casa de La Habana Vieja, entre vigas que sujetan precariamente la estructura del edificio y bajo la mirada descarada de un gato, Luis las deja como nuevas a base de fuego, agua y pulidora.
CANDELA PARA EL «CHURRE»
«Es una manera de luchar, de buscarse la vida honradamente y de ayudar al pueblo que no se puede comprar muchos calderos, la economía no da pa’ tanto», cuenta a Efe riendo mientras da «candela» (fuego) a una olla boca abajo para desprender la grasa y suciedad incrustadas tras años de uso. «Para que suelte el churre», acota.
Después del fuego, «el agua fría le da la claridad y de ahí pasa a la máquina donde le damos el pulido, el brillo. Y quedan como nuevas», asegura sobre un proceso que dura una media hora y requiere de enorme destreza para evitar quemaduras por las potentes llamas que salen del fogón.
«Las cosas ya no se hacen como antes», opina sobre el menaje de cocina, que cuanto más nuevo, más riesgo tiene de derretirse sobre los fogones cuando se lo llevan para limpiarlo «porque es un aluminio malo y fino».
El menaje y los enseres del hogar son muy preciados entre los cubanos, y difíciles de conseguir. El progresivo deterioro de las diferentes industrias manufactureras de la isla ha hecho que la producción local esté cada vez más ausente de los estantes de los comercios, reemplazada por productos importados caros y de cuestionable calidad.
La grave crisis que atraviesa Cuba ha agravado el desabastecimiento intermitente que siempre ha sufrido el país caribeño.
El Estado tiene el monopolio de los comercios y por la escasez de divisas, que ha mermado su capacidad de importar productos, hoy no es capaz de responder a la demanda de un sinfín de artículos cotidianos, desde bombillas hasta paraguas.
Durante años y sobre todo en la última década, el mercado negro ha cubierto estas carencias. Pero en este momento debido a la pandemia del coronavirus hay vigente una severa limitación de vuelos que afecta precisamente a los países a los que habitualmente viajan cientos de cubanos -conocidos como «mulas»- para comprar los productos que revenden en la isla, como México o Panamá.
LAS SIETE VIDAS DE UN ENCENDEDOR
Otro ejemplo clásico de reutilización hasta el infinito son los encendedores o mecheros, llamados en Cuba «fosforeras».
Las manos de Marcel Lescan, de 43 años, siempre están en movimiento. Es el «rellenador de fosforeras» de La Copa, una concurrida zona comercial del barrio de Miramar, en el oeste de La Habana.
Allí tiene Lescan su carrito, en el que trabaja resguardado por un parasol y ofrece servicios que van de los 5 a los 25 pesos (entre 20 centavos y un dólar) e incluyen el rellenado de gas, cambio de la piedra o diferentes arreglos del mecanismo.
«Para estas cosas hay que nacer. Ahora yo pongo un ingeniero mecánico aquí y él no me hace todas estas cosas, ni sabe por dónde se va el gas, yo de solo ver y tocar la ‘fosforera’ sé lo que tiene», asegura este profesional mientras se fuma un cigarrillo sin que parezca preocuparle la posibilidad de salir volando por la cercanía de los envases de gas líquido desplegados en su mesa.
Su encargo más habitual es rellenar o reparar los clásicos encendedores no reutilizables, una tarea que él, por supuesto, realiza sin problemas.
Y como estos, un sinfín de artículos que en otros lugares son desechados cuando se rompen, en Cuba reciben una segunda oportunidad.
Entre ellos están los preciados paraguas o sombrillas, que en la isla se usan todo el año ya sea para protegerse de la lluvia tropical o amortiguar los rayos del despiadado sol caribeño.
También los «espejueleros», que reparan con destreza las monturas de las lentes. En tiempos normales las monturas y cristales graduados son una de las cosas que los emigrados envían para ayudar a sus familiares en Cuba, pero la limitación de los vuelos también ha afectado a esos «paqueticos» con productos básicos.
O los reparadores de muelles de colchones, sin olvidar los muchos otros negocios en los que un cartel proclama que «se arregla de todo».
Fuente: EFE
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