Ayer martes inició el proceso de vacunación contra el coronavirus y junto a él se han hecho virales fotografías de personas que no realmente disfrutaban el proceso, ¿Por qué ocurre esto? No es que sea realmente doloroso, pero en la mayoría de los casos puede tratarse de tripanofobia.
Seguro que no es la primera vez que escuchas de alguien que realmente lo pasa mal cuando tiene que ponerse una vacuna o hacerse un análisis de sangre, este miedo a las agujas y las inyecciones, conocido en el argot médico como tripanofobia, no tiene nada de raro. No en vano se estima que un 10% de la población la padece en mayor o menor medida, convirtiéndola en una de las fobias más recurrentes.
Si crees que puedes tener tripanofobia, seguro que te sonarán algunos de los síntomas que se desencadenan cuando tienes que ponerte una inyección o someterte a una analítica. Los hay relativamente leves, como la sensación de ansiedad, la angustia o la confusión. Pero también más graves, como los mareos, los desmayos, las náuseas, la aceleración incontrolable del ritmo cardíaco o los ataques de pánico.
En casos de fobia extrema a las agujas, ésta puede llegar hasta el punto de que una persona opte por la evitación de estas situaciones que le producen terror, pudiendo poner en riesgo incluso su salud al renunciar a vacunas y controles médicos.
¿De dónde nos viene el miedo a las inyecciones?
La fobia a las inyecciones suele ser más habitual durante la infancia (¿qué bebé o niño no lo pasa mal cuando sabe que le van a pinchar para ponerle una vacuna?) y su incidencia se va reduciendo tal y como nos vamos acercando a la edad adulta. No obstante, no es extraño conocer a adultos que siguen padeciendo tripanofobia, un miedo que además se intensifica con el paso de los años y que suele tener su origen en los primeros años de vida.
Se estima que un 10% de la población padece tripanofobia en mayor o menor medida, lo que convierte a esta fobia a las inyecciones en una de las más recurrentes
La explicación a este último dato la encontraríamos en que una de las causas en el desarrollo de este temor se encuentra precisamente en traumas y malas experiencias con las inyecciones sufridos durante la niñez que, posteriormente, acaban generando un miedo inconsciente en la adultez cuando somos expuestos a este tipo de utensilios médicos. Los expertos, por otro lado, señalan que la tripanofobia también puede desarrollarse por lo que se conoce como condicionamiento vicario. Es decir, si siendo niños vemos a adultos que entran en estado de pánico a la hora de tener que pincharse.
No obstante, es importante diferenciar la tripanofobia de otros miedos irracionales con los que puede confundirse, como la hematofobia, que es el miedo a la sangre; o la aicmofobia, que es el pánico a los objetos punzantes. Y es que las personas que padecen pánico a pincharse no tienen necesariamente que tener también miedo a la sangre, aunque a veces ambas fobias van ligadas.
Consejos y soluciones para superar la fobia a las agujas
La tripanofobia, como todo miedo irracional, se puede llegar a controlar e incluso a superar. En el caso de los más pequeños se recomienda no utilizar las inyecciones como amenaza, ser comprensivos, no llevar a los menores engañados a vacunarse, distraerlos en el momento de la inyección para que no piensen en la jeringa y no menospreciar sus miedos ni hacerlos sentir pequeños por tenerlos. Como en todo aspecto de la crianza, es importantísima la empatía y el saber acompañar al menor en sus miedos, dándole nuestro apoyo y ofreciéndole nuestra calma y seguridad.
En el caso de los adultos, por su parte, se puede recurrir a técnicas de respiración y de relajación para paliar en la medida de lo posible síntomas como la ansiedad o la hiperventilación. Cuando ni con esto se puede controlar el miedo y la tripanofobia se convierte en una verdadera limitación que puede incluso poner en peligro la salud, es conveniente recibir atención psicológica, bien sea mediante terapias de exposición al objeto causante del miedo (en este caso las jeringas); o de terapias cognitivo conductuales, que han mostrado resultados muy efectivos a la hora de modificar los pensamientos y actitudes negativas hacia las inyecciones.
En los casos más extremos, cuando ni siquiera estos tratamientos psicológicos surten efecto, se puede recurrir, junto a la psicoterapia, a la receta de ansiolíticos y relajantes que permitan al paciente reducir el estrés que le produce el tener que ponerse una vacuna.
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