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El primer año que no odio San Valentín: así encontré el amor en una aplicación para citas


 Contra todo pronóstico y contra toda esperanza, conocí a mi actual pareja en una aplicación para ligar. Aburrida, decepcionada y hastiada en un principio, la pandemia de coronavirus me hizo querer darle una nueva oportunidad, y así ha sido mi camino desde el primer match hasta hoy, cuando espero feliz el 14 de febrero para celebrar San Valentín. Sin vergüenza, aunque con cierto pudor, os lo cuento.

Sé que puede sonar cursi, manido o incluso aburrido, pero sí: yo soy una de esas personas que ha encontrado un motivo de felicidad en medio de este año tan difícil para todos. Y sé que no es nada nuevo esto de las aplicaciones para ligar, pero dejadme deciros una cosa: hay mucha, mucha gente que todavía tiene reticencias o mira por encima del hombro a los que decidimos pegarnos la bofetada de nuestra vida y probar suerte con el famoso algoritmo del amor.

Hay, sin embargo, una bandera que quiero izar en este tiempo de incertidumbre pandémica: reivindico el derecho a la esperanza. De nuevo me sale el almíbar por los dedos, pero creo que estamos más necesitados que nunca de historias positivas, de testimonios que no se queden en el mero sentimentalismo y que vayan al fondo del deseo del ser humano. Y ningún deseo es tan grande como el de amar y ser amados. Así que aquí va mi pequeña aportación a esta maraña de artículos endulzados que prolifera en San Valentín.

Nunca me había hecho especial falta una ayuda para ligar, aunque también es verdad que nunca lo había buscado «activamente»: las parejas que había tenido habían llegado a mí de una forma natural, «orgánica» que se diría ahora. Es verdad que diferentes amigos y amigas me habían contado sus experiencias con aplicaciones como Tinder, Ok Cupid, Happn o Meetic, y me había entrado curiosidad -nada escapa a mi curiosidad, y menos en lo concerniente a un tema tan jugoso como este-, pero había pensado rápidamente que no era para mí.

No me equivocaba. En un mundo ya de por sí movido por la superficialidad, los prejuicios o el encasillamiento rápido, nada favorecía más ese «mercado de carne» que una aplicación para ligar. Si además no eres heternormativa, no dedicas tu tiempo libre a viajar a Tailandia y publicar tus ¿abdominales? en Instagram y no estás dispuesta a tener una conversación banal que no ahonde demasiado en las grandes cuestiones de la vida… la cosa pinta negra. Tratar de encontrar cierta profundidad y conexión en una aplicación que facilita o niega el match (cuando ambos se gustan) con una simple foto y un sencillo deslizar de dedo era ser muy exigente.

La mayoría de mis amigos hombres las utilizaban para mantener relaciones sexuales. La mayoría de mis amigas mujeres buscaban algo más, aunque a veces lo disimulaban para no asustar a su posible futura pareja. ¿Conclusión? Hombres haciendo malabares con la gestión de unas emociones que les venían grandes y mujeres frustradas tratando de demostrar que eran personas merecedoras de una conexión más profunda que la que proporciona el sexo. Pero cuando algunos y algunas de ellos encontraban pareja, mi mente se abría: ¿y si hay alguien como yo en una de esas aplicaciones?

Llegó el típico día en el que, animada por mi inseparable amiga y gurú de Tinder, me creé una cuenta en la aplicación del fueguito. ¿Por qué en esa? Sinceramente, porque era la más utilizada entre la gente de mi edad, la que me parecía más intuitiva y la que contaba con herramientas adecuadas para establecer la conexión. Puse mi nombre real, utilicé fotos de todo tipo (no sólo en las que aparecía «perfecta», sino también fotos riendo, algunas que dejaban entrever mis intereses o en las que yo creía que no parecía una chica superficial en busca de algo de una sola noche) y me curré una biografía inteligente, divertida, interesante pero no pedante. Y todo para que luego todos los hombres me dijeran que ni se las leían. En fin.

Yo esperaba que la persona que me diera like tuviera en cuenta quién era yo y qué buscaba, pero no fue así. Se cumplieron mis peores expectativas y comenzó una etapa de conversaciones aburridas, superficiales o directamente absurdas, por no hablar del tema del acoso y derribo con el sexo, algo que yo no buscaba en absoluto (doy gracias al creador de Tinder por impedir que se pudieran mandar fotos en el chat). Como ya se ha hablado bastante de este particular, resumiré esta etapa diciendo que mi decepción ante el género masculino fue en aumento, a la vez que rescato algunas citas divertidas que tuve y algún que otro que acabó convirtiéndose en amigo después de algunos encuentros fallidos.

Me retiré de ese mundo tras llegar a una conclusión bastante prejuiciosa pero también contrastada: había dos tipos de chicos en Tinder, los que sólo buscaban sexo y los que directamente no tenían ni idea de lo que buscaban. Entre los primeros estaban los depredadores, los del acoso y derribo, y luego los que iban de majos y te llevaban a cenar para intentar liarte a la primera de cambio, por mucho que tú hubieras dejado claros tus límites. Entre los segundos había de todo tipo: al que le acababa de dejar la novia, el que acababa de llegar a Madrid, el que estaba en un momento vital complicado, el que buscaba una amiga (¿en Tinder? ¿En serio?) y mi favorito: el que se negaba a ir al psicólogo y abonaba con su toxicidad cualquier relación incipiente. Un caos.

UN CAMBIO DE MENTALIDAD

Y entonces, ¿qué pasó? Que llegó la pandemia. Por lo visto, las aplicaciones vivieron su año de oro -aunque todos nos preguntábamos para qué, si no podíamos salir de casa- y muchos de esos antiguos ligues volvieron a nuestras vidas con un mensajito esporádico o una reacción a un story salido de la nada tras meses de silencio (el ghosting merecería un artículo aparte). A todo el estrés y toda la incertidumbre se sumó entonces una necesidad de afecto mal gestionada (¿como siempre?) y un paradójico aburrimiento que llevó a muchos a encontrar refugio, de nuevo, en las aplicaciones para ligar.

Obviamente, no fue mi caso. Me refugié en otras actividades como la lectura, el visionado de películas y series, el trabajo, la oración y, para mi sorpresa, el deporte. Pero sin embargo, me quedé anonadada cuando varias de mis amigas me contaron que «el mercado había cambiado» y que, quizá, la pandemia nos había hecho a todos más conscientes de lo importante. La cuestión es que varias de ellas establecieron relaciones sólidas durante la desescalada. Algunas incluso habían aprovechado las excursiones al supermercado para quedar con algunos de sus pretendientes. Otras habían establecido un complicado sistema de cortejo digital, quedando para ver películas de manera virtual o incluso presentando al susodicho en las reuniones de amigo por Zoom o Houseparty.

Restablecida la nueva normalidad, y tras conocer a las nuevas parejas de mi grupo de amigos, llegó el día en que decidí volver, sin demasiadas expectativas, a la maravillosa aventura de Tinder. Y no sé si es que realmente todo había cambiado, si es que yo tenía más claro que nunca que no estaba ni para tonterías ni para perder el tiempo o si es que de verdad muchos chicos majos habían decidido sentar la cabeza y buscar un afecto más estable que la juerga que venían defendiendo hasta ahora. Pero lo cierto es que hice match con un chico aparentemente normal (la normalidad es la cualidad principal ahora mismo), simpático, interesante, divertido, atento y muy inteligente. Todo fluía de maravilla, así que desistí de coleccionar matches como quien colecciona cromos y empezamos a hablar por WhatsApp.

A los poco días me propuso, de una manera muy natural, quedar en una terraza para tomarnos algo. Era pleno verano y después de los meses con días repetitivos y la ansiedad acumulada, arreglarme para una cita me parecía algo divertidísimo. Pensé que aunque saliera mal, ese salir de mí, esa ilusión renovada, ese comentarlo todo con mis amigos… ya habría merecido la pena. Y qué queréis que os diga: tuve toda la suerte del mundo. Yo no llevaba el freno echado, y me imagino que eso ayudó, pero es que este chico es maravilloso. La cita fue genial, tuvimos una conversación perfecta -en la línea de la que llevábamos teniendo los últimos días-, hacía referencia a temas que ya habíamos hablado, manejaba los tiempos y el equilibrio entre el preguntar y el contar, mostraba interés y atención (¡se había leído mis últimos artículos de TELVA!), expresó de pasada la ilusión por volver a vernos pronto… y con esa química en ebullición, me besó.

Casi diez meses después, aquí seguimos. Ha sido algo paulatino, muy natural, muy divertido y muy bonito; un camino precioso que seguimos haciendo con la ayuda de nuestros amigos y nuestra familia. Este domingo celebramos San Valentín yéndonos de viaje, y por primera vez en mucho tiempo puedo decir que me apetece que llegue el 14 de febrero. Y a los que os preguntáis si aplicaciones para ligar sí o aplicaciones para ligar no, algún consejo:

– No entréis por presión social, sin estar convencidos de que es un paso vuestro.

– No os deis de alta si no os sentís fuertes, en un buen momento. El lío emocional no combina bien con la montaña rusa sentimental que hay que atravesar para dar con alguien adecuado.

– Trazad bien vuestros límites y sed claros: es mejor decir lo que uno piensa (sin brusquedad) que llevar a malentendidos.

– Que la sinceridad (no el sincericidio) sea vuestra bandera: si cambiáis de opinión, dejáis de estar interesados o no estáis convencidos, decidlo. La educación es siempre importante.

– No es un juego: lo que hay al otro lado de la pantalla son personas. La empatía, la comprensión y el interés por el otro no hay que darlos por descontado.

– No os rindáis: en las aplicaciones, como en la vida, hay de todo, aunque es verdad que puede abundar el género superficial. Eso sí: si veis que no es para vosotros, no os empeñéis.

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