EFE-. El coronavirus SARS-CoV-2 y la enfermedad que provoca, COVID-19, se ha expandido por todo el mundo a lo largo de 2020, año que ha concluido con cerca de 100 millones de casos y dos millones de muertos.
La palabra expansión define lo sucedido. Expansión que estalló en primavera y brotó con fuerza en una segunda ola en otoño/invierno.
¿Habrá una tercera?
La pesadilla empezó en Wuhan hace un año. En enero y febrero creíamos que era un problema de salud circunscrito a China. No imaginábamos la catástrofe que llegaría en marzo a todo el mundo y que nos acompañaría todo el año 2020. En Wuhan empezó todo.
¿Cuándo acabará?
En España, las caras de la lucha contra la pandemia han sido el ministro de Sanidad, Salvador Illa, recién estrenado en el cargo, y el veterano epidemiólogo Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias (CCAES), quien ya gestionó el ébola. Esto ha sido otra cosa, nada que ver. Un reto mayúsculo y un desafío colosal.
Salvador Illa, en una entrevista a EFE en el inicio de la Navidad, admitió: “Lo he hecho lo mejor que he podido”. Fernando Simón llegó a contagiarse del virus y, entre controversias y polémicas, ha estado todo 2020 dando la cara.
¿Cómo se valorará su gestión desde la perspectiva del tiempo?
Los sanitarios han sido los soldados del ejército contra este brutal enemigo. Invisible, microscópico, indetectable, asintomático muchas veces, muy contagioso, muy peligroso, no se ha retirado en todo 2020 y apenas ha dado tregua.
Un virus que ha obligado a los profesionales de la salud a un esfuerzo titánico, totalmente imprevisible, desconocido, ferozmente agresivo, del que han ido aprendiendo sobre la marcha, improvisando tratamientos y manejando la intuición para curar y salvar vidas.
Dicen que no son héroes, tal vez no lo sean, pero, ¿no es una heroicidad lo que han hecho?
Hospitales desbordados, muchos colapsados, todas las fuerzas y recursos sanitarios dedicados a combatir el virus en la primera ola. Hoteles improvisados como centros sanitarios, unidades de cuidados intensivos repletas y habilitación de espacios en cualquier sitio para tratar a los pacientes muy graves.
Las uci representan la zona cero del infierno sanitario del coronavirus. Miles de enfermos han muerto sin la presencia de sus familiares. En marzo y abril hubo que seleccionar a aquellos pacientes con más opciones de sobrevivir. Una auténtica tragedia.
¿Somos conscientes de lo que realmente se ha vivido en ellas?
Si las uci han sido la zona cero, las residencias de mayores no han ido a la zaga. Nada preparadas para afrontar un ataque tan brutal y despiadado como este nuevo virus, con personas de edades avanzadas y totalmente expuestas al contagio, sin posibilidad de recibir apenas ayudas en las primeras semanas de pandemia, sin el calor ni la presencia física de los familiares.
Una de las cosas que quedarán de la pandemia es la enorme incapacidad de una sociedad moderna, tecnológica y avanzada para proteger y acompañar a sus ancianos en un momento tan dramático.
¿Habremos aprendido lo suficiente para que no se repita?
Sin duda una de las palabras de 2020 es confinamiento. Fue la terapia utilizada en todo el mundo para frenar al virus. Así de claro, así de triste, así de increíble, así de duro. Toda la población encerrada en sus casas, sin poder salir, solo para lo realmente imprescindible. Calles vacías, tiendas cerradas, la economía constreñida y la vida paralizada.
¿La imagen apocalíptica de la primavera de 2020 volverá a repetirse?
Otra palabra del año es mascarilla. Primero no era totalmente necesaria, pero con el paso de las semanas y una vez asegurado su abastecimiento, se convirtió tanto en el símbolo de seguridad y protección frente a la pandemia como la imagen de los rostros en los espacios públicos y también en lugares cerrados como tiendas, centros culturales o transportes. Sin mascarilla no se puede salir de casa. Es el icono de nuestra fragilidad y vulnerabilidad frente al virus.
¿Hasta cuándo el uso de mascarilla será obligatorio?
La vacuna contra el nuevo virus se anunció desde primeros de año como la solución para frenarlo y volver a la normalidad. La fórmula para acabar con la pesadilla que ha asolado 2020. Parecía difícil, pero la ciencia ha llegado a tiempo, en un autentico hito, para empezar a administrarlas a finales del año. Es la gran esperanza para que 2021 sea un año más parecido a 2019, 2018, 2017…
¿Van a ser realmente las vacunas el principio del fin?
La COVID-19 ha llegado al planeta en una época de políticos con limitada capacidad de liderazgo. Especialmente para afrontar y gestionar una crisis sanitaria de enorme poder destructivo y terrible mortalidad.
Donald Trump es un buen ejemplo. Reaccionó con frivolidad ante el coronavirus, demostró escasa valía para adoptar decisiones sensatas ante un enemigo nuevo e inesperado, presumió de no usar mascarilla, reprobó a la ciencia, buscó culpables mientras Estados Unidos era y es el país más castigado por la pandemia. Al final, en noviembre, perdió las elecciones.
No ha sido el único dirigente mundial disparatado frente al SARS-CoV-2. A la frivolidad de Trump hay que sumar la altanería de Jair Bolsonaro; la inconsistencia de Boris Johnson; el hermetismo de China, origen de la pandemia; y la opacidad de Vladimir Putin.
Estados Unidos, Brasil, Reino Unido, China, Rusia. Grandes países con líderes que han demostrado dudosa transparencia, escasa solidaridad internacional y deficiente sentido democrático.
¿Tendrá el mundo en el futuro líderes a la altura de retos que puedan llegar del calibre de la COVID-19?
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